En México, algunos agricultores tienen la percepción
errónea de que la milpa empobrece el suelo y lo daña cuando en realidad, según
un estudio realizado por Miguel Ángel Damián Huato, agroecólogo de la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), lo enriquece y eleva su
producción en la siembra de maíz por temporal, a diferencia del riego.
La milpa replica a la naturaleza, pues en ella todo es diversidad. Los
monocultivos que se inician en lugares como China (para el caso del arroz) o
Mesopotamia (para el trigo) a la larga resultan fatigantes para la tierra, pues
toman siempre los mismos nutrientes y no es fácil reponerlos. Por eso, fueron
creados los agroquímicos cuyos efectos en suelos, cuerpos de agua y en la salud
están más que documentados.
El maíz y el frijol son buenos ejemplos de equilibrio
provocado por la milpa, que fija el nitrógeno que el maíz necesita. Esto
también ocurre en la alimentación, pues entre los aminoácidos que conforman la
proteína del maíz, falta la lisina que aporta el frijol. Otra manera de
intercambio está presente en la calabaza. Lo ancho de sus hojas cubre los
suelos y evita la evaporación; también impide el crecimiento de malezas.
Entre las plantas de la milpa se da lo que conocemos como
aprovechamiento integral. El profundo conocimiento que los antiguos mexicanos
tuvieron de la naturaleza y que está presente en las culturas indígenas de hoy
permite que a lo largo del ciclo agrícola, que dura cerca de nueve meses, haya
alimento casi en forma constante.
Proteger
los maíces nativos y la milpa garantiza una forma de alimentación sustentable y
sana, que nos permite autonomía y soberanía alimentaria.
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